Tienta el hombre primitivo con magias y hechizos
fertilizar la tierra,
proteger sus ganados de la peste,
reproducir sus crías.
Luego vuelve sus ojos a dioses caprichosos,
para escapar al fuego, a la riada:
en las aras las víctimas humean,
los altares se bañan de sangre.
Filósofos y sabios -osados, pretenciosos-
dictan estatutos categóricos:
y prueban por razón y libros sacros
lo que debe ser Natura.
Y Natura sonríe su esfíngica sonrisa,
y contempla su efímero apogeo,
esperando paciente -un breve tiempo-
a ver cuál se disipan sus castillos de viento.
Luego llegan los hombres de corazón humilde,
sin esquemas ni diseños prefijados,
contentos con su módico papel de observadores
-observación, comprobación, experimentación, hipótesis-:
Van saltando a la vista del fondo del caos
claros fragmentos de un grandioso Todo;
el homo va venciendo a la Natura,
aprendiendo y siguiendo sus caminos.
Ya brilla en lontananza el cambiante diseño:
mas, ¡ah!, sus fugaces destellos
nos silencian las esencias entrañables de sus piezas,
el sentido del sutil rompecabezas.
Y Natura sonríe, y no traiciona
el secreto que guarda en sus entrañas,
donde vela y oculta celosa
el enigma inescrutable de la Esfinge.
Hilfield, Dorset.
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